No es muy bueno, considero que tengo cosas mejores (risa).
Espero les guste.
El último beso.
Era una noche, sí una noche. Es lo único que podía recordar.
Sí, es lo que recuerdo, era oscuro. Sí que lo era.
Era difícil de entender por qué para él era tan complicado hacerlo. No era tan difícil, por lo menos no para mí. Qué le costaba mirarme a los ojos y decirlo, era sencillo; no tenía ciencia.
Pues así lo creía yo; fácil, sencillo, nada complicado. Pero estaba equivocada, era más difícil de lo que yo creía. Mirarme, abrazarme, sentirme, besarme, era todo un espectáculo. Ni siquiera yo podía entender por qué quería semejante cosa. No era el momento, ni el lugar, simplemente no estábamos preparados.
“¿Estás soñando?” le preguntaba una y otra vez. Él no respondía.
Era un silencio absoluto. Lo único que se alcanzaba a oír eran sus llantos, pero en silencio. “¡Respóndeme!” Le pedía por favor.
Decidí rendirme, irme cuando él lo hiciera, pero no lo hizo. Se quedó allí esperando, no sé qué.
Me recosté en su hombro, estaba cansada, desesperada, irritada. Él no hablaba, sólo lloraba. “¿Qué sucedía?” Me preguntaba a mí misma. Sus llantos me conmovían; era un llanto ahogado, sus lágrimas corrían por su mejilla sin control alguno.
Me costaba verlo así. Hablaba y él se sorprendía, pero era imposible, no decía ni una sola palabra.
La noche pasó sin mucho entusiasmo; era una noche de lágrimas. Cuando amaneció él decidió moverse y fue por fin cuando lo escuché hablar, débil y sin ganas, pero lo hizo “Éste era tu lugar favorito” afirmé, pero no respondió a mi sonrisa. Y de nuevo hubo lágrimas.
Otra noche fría, húmeda, triste. Dormía como un ángel pero triste, sin deseo alguno por salir adelante.
Permanecía a su lado, esperando que su voz me hablara, pero no lo hacía. Ya habían sido dos las noches que me sentía ignorada por quien amaba. No me miraba, no me escuchaba, no me sentía. Era una total extraña para él. Estaba confundida.
Intentaba no dormir, sólo quería verlo soñar. Tampoco sentía cansancio, dolor, nada. Me sentía inmortal, trasparente, quería ser amada. “Fue mi culpa” dijo mientras dormía.
Escucharlo dormir no era tan real como sentirlo a mi lado mientras me veía. Me sentía cada vez peor, pero sin dolor.
Permanecí en su cama en la mañana mientras él se vestía. No me observó ni un segundo.
¡Qué hermoso se veía bien vestido! Pero aún notaba su tristeza. Su cuerpo estaba allí, pero sentía que su alma se había ido, estaba totalmente destrozado y lo peor, no sabía por qué.
Se fue y quise esperarlo al volver, allí en el mismo lugar donde me había dejado, en su cama. Volvió en la noche. Oh ¡Qué noches aquellas!.
Su llanto no cesaba, era agotador, conmovedor. Lo acaricié, pero eso empeoraba. Su condición física de agotaba y ya sus ojos se cerraban sin mucho esfuerzo.
Me dormí más que todo, me paralicé sin saber qué hacer, ni ver lo que pasaba. Tomó un frasco de pastillas y, luego se tomó todas las que había. Aún seguía paralizada. Convulsionó y luego se detuvo, sus ojos se cerraron y ya no respirada. Aún yo no reaccionaba. Se levantó. “¿Qué es esto?” me preguntaba inmóvil. Lo veo dos veces. Estaba acostado y luego a mi lado. Eran dos, no uno.
Uno me veía, me abrazaba y luego lloraba. Aún paralizada me encontraba. “Vuelve a mí” me pedía, pero yo no comprendía. Su madre entró y yo reaccioné. Se lo llevaron, pero él permanecía a mi lado. De nuevo paralizada. Muda.
Pasaron segundos, minutos, horas. Paralizada, él a mi lado. Me acariciaba, me rozaba, me miraba. Era encantador tenerlo allí. Pero complicado entender por qué dos.
Silencio. Se acorrucó, como si algo le doliese, arrugó la cara y luego me besó. ¡Qué beso aquel! Mi primer beso. Y después, se desvaneció. Reaccioné. Minutos, horas. Estaba sola. ¿Adónde se había ido?
Su madre lo trajo y luego lo colocó en su cama. Ya no eran dos. Se levantó. Se sentó. Corrí hacia él. “Te amo” le susurré al oído. Llanto. “Te amo” le grité. Pero fui ignorada, de nuevo no me hablaba. “Te amo” grité desesperada. Pero aún él no me escuchaba.
Se levantó angustiado, buscó mi foto; sí era yo la de aquella foto. “¿Por qué te fuiste?” Preguntó viéndola. “Estoy aquí” Le decía; pero él no me comprendía y mucho menos me oía. Abrazado a mi foto, lloraba. Sí lloraba, sí me extrañaba. Yo estaba allí, sabía que estaba allí. Pero él, él no lo sabía. Era hora de partir, el cielo me esperaba. Me había dado miedo aceptarlo, pero era así. Yo ya no estaba.
¡Qué cielo aquel!
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